Periodistas como Nicole Thibon y
numerosas antropólogas han descrito un “experimento social”, que es un oasis
libre de “desigualdades de género”, en el corazón de África: la aldea UMOJA.
Está en una colina próxima a la Reserva Nacional de Samburu, a 400 km al norte
de Nairobi, la capital de Kenia.
Este blog es de “masculinidades
feministas”, por lo cual me gustaría contribuir a la reflexión crítica entre
hombres sobre la necesaria pérdida de
privilegios por el mero hecho de serlo. Muchos somos aspirantes a hombres
igualitarios en el siglo XXI, por lo que deberíamos observar con expectante
ilusión experiencias como esta.
Umoja en Swahili quiere decir
“unidad”. Rebecca Lolosoli es la
matriarca que lo fundó en 1999 con otras 15 mujeres impidiendo (en principio)
el acceso de ningún hombre a la aldea.
Las mujeres en Samburo no tienen
derechos, no pueden poseer tierras con facilidad (con esfuerzo las tierras de
Umoja sí las han podido comprar colectivamente), las chicas no suelen estudiar, ni poseer
empleos con independencia económica. Rebecca lo intentó con sus estudios de
enfermería.
Pues bien, denunció que todas
ellas fueron múltiplemente violadas por
parte de soldados británicos en la década de los 90. Ya hemos hablado otras
veces de “las conductas machistas y patriarcales” de “diversos funcionarios
blancos”, o de ONGs, en países pobres donde supuestamente han ido para “ayudar”.
Parece como si la cooperación y el desarrollo no tuviera nada que ver con “la
sexualidad” de sus agentes.
Culturalmente, las mujeres
violadas son repudiadas por sus maridos por vergüenza porque no las supieron
“proteger” y resultan rechazadas “por toda la comunidad” (es una constante patriarcal el
culpabilizar a las víctimas). Rebecca misma fue apaleada por su marido cuando
se enteró de la noticia.
Rebecca Lolosoli hizo un trabajo
de pedagogía de género y de captación de
mujeres, explicándoles sus derechos, para que rechazaran todo tipo de relación sexual con hombres violentos
o polígamos.
Umoja significó simbólicamente un lugar seguro para todas ellas y
también para viudas sin recursos, mujeres o niñas víctimas de matrimonios
forzosos, mujeres (o niñas) tratadas con fines de explotación sexual, otras libres de
la ablación femenina, la violencia en el ámbito de la pareja, etc. En Umoja
pueden criar y educar a sus hijos e hijas como ellas quieren, escolarizarlas a
todas y vivir independientes de los hombres.

¿Se puede vivir sin hombres? Sí y
No, no se trata de eso. Se puede vivir en paz sin malos tratos. La clave está en
el modelo de sociedad y “la gestión del macro y del micropoder”. Toda sociedad,
lo sepa o no conscientemente, convive con las reglas del juego que de una u
otra manera legitiman social y culturalmente (queda incluido lo político,
económico, etc en un holístico concepto antropológico de cultura, como siempre
decimos).
En este ejemplo (laboratorio
social Umoja) se ha puesto el foco en la “perspectiva de género”, en una
cosmovisión desde la subjetividad femenina. Otros modelos no lo tienen en
cuenta y este sí, podemos decir que “empiezan de cero por ahí”, continúan
manteniéndolo en el centro, en la corriente principal, con sus propias leyes,
reglas, normas, pedagogías…
Las mujeres son libres de llegar
e irse cuando quieran. En 1995, un grupo de ellas abandonó Umoja para crear
otra comunidad (Nachami Women Group). El modelo es replicable con múltiples
variantes. La mujer de Samburo (africana en general) ha sabido realizar todas
las tareas, por lo cual su “autonomía” estaba asegurada, solo que en este caso,
ese trabajo queda socialmente reconocido.
Como podíamos imaginarnos, este
oasis libre de patriarcado es un lugar económicamente viable y próspero, razonablemente
feliz. Una sociedad con menos “patriarcado” es más eficaz per se, eso sin
contar con los “otros costes habitualmente invisibles o imponderados” de dolor
social y violencia hacia las mujeres. Esto es otra clave: la equidad es rentable.
Tienen pequeños negocios de artesanía, ropas étnicas, joyas, adornos, cultivan productos de autoabastecimiento, y regentan un alojamiento para turistas que visitan la vecina Reserva Nacional de Samburu, y les cobran entrada a la aldea. Con los beneficios que obtienen han repoblado la zona de arbolado. La sensibilidad ecológica va pareja y Kenia sin duda posee una gran biodiversidad.
Un punto de riesgo y seguridad a
la vez puede ser que se ha convertido en un “destino turístico exótico”. No hay
turista extranjero que no vaya a hacer fotos y comprar la artesanía que ellas
fabrican. La sociedad global, posmoderna y cínica, hace que tanto el gobierno de
Kenia como las organizaciones internacionales favorezcan la supervivencia de
estas aldeas, mientras sigan teniendo el estigma de “la excepción”. Veremos qué pasa dentro de unos años si cunde el ejemplo.

No perdamos de vista (en
general), que el respeto a la ley consuetudinaria de cada etnia, por parte de las leyes oficiales de los Estados-Nación
poscoloniales, es un terreno positivo
por completar y debatir.
Por tanto, es completamente lógico
que Umoja supusiera un problema para muchos hombres. Es un "mal ejemplo para las
demás mujeres" y una amenaza a “su virilidad”. Ellos se resisten apelando a la
tradición y la cultura. Un refrán dice: “…el
hombre es la cabeza y la mujer es el cuello en el que se apoya. Un hombre no
puede consentir recibir consejos de su cuello”.
Quiero creer que no es casualidad que fue en el 2000 cuando se aprobó la famosa resolución 1325 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre el papel de las mujeres en la construcción de la paz (ver Resolución 1325). Hay más sensibilidad a nivel internacional.
No es momento de explicar el riesgo de las acciones de secuestros de niñas por parte de las milicias islamistas Al-Shabab, apoyadas desde Somalia (Guerra religiosa). Ni de las guerras étnicas entre los Kikuyu representados por Mwai Kibaki (Coalición Nacional Arco Iris) y sus escándalos de corrupción cuando ha gobernado, y los violentos enfrentamientos con la etnia Luo de Raila Odinga, los golpes de Estado, y los múltiples intentos de reforma de la Constitución, o el nuevo presidente Uhuru Kenyatta, hijo del primer presidente del país representante de una élite.
Umoja ha supervivido (de momento) a todo ello.

La matriarca Rebecca Lolosoli es
muy reconocida internacionalmente pero no es única, ya que cuidan el liderazgo de
otras mujeres, trabajan sus derechos, la igualdad de género y la prevención de
la violencia. Han creado un centro cultural y una escuela. Vienen mujeres de
toda Kenia en busca de ayuda o consejos.
Termino con lo específico para
este blog. Aunque en teoría está “prohibido” el acceso a los hombres (hemos
entendido que lo importante es el modelo social y la gestión del poder y el
control), otros hombres seleccionados, que están queriendo aprender y que asumen
las nuevas reglas, pululan en torno a la aldea.
¡No odian a los hombres! Suelen repetir. No les guardan rencor en general. Afirman
que de momento ninguna desea vivir en pareja, ya que no están preparadas, pero
tienen relaciones sexuales “discretas” (sin compromiso), con algunos que visitan sus
cabañas, comparten actividades, pero siempre con las condiciones que ponen ellas.
De hecho la
mayoría de las mujeres han tenido varias criaturas de diversos hombres, hasta 200 que
juegan tranquilamente en la comunidad. La maternidad es muy importante para la
mujer de Samburo, lo era antes, y también lo es para las que “están más
empoderadas”. Son más conscientes de la propia sexualidad, el control de las
emociones y el deseo porque han trabajado en ello. Saben lo que quieren.
Seguro que tú, querido amigo igualitario
del siglo XXI, tendrías ganas como yo de conversar con estos “hombres
especiales”, o curiosidad de cómo piensan.

También hay otros hombres que están siendo contratados para el pastoreo y
otras formas de trabajo manual. El rol de asalariado es fácilmente acotable.
Imagino que estén debatiendo (a su modo) sobre estereotipos, repartos de roles
y tareas por sexo, o el riesgo de “volver a las andadas” y ser víctimas de
algún abuso o violación por algunos de estos hombres. Tendrán que ir
solucionando los nuevos conflictos. La policía y las autoridades locales parece
que le han visto el interés.
Han pasado 18 años y a los hijos
varones no les expulsan, siguen viviendo con ellas. Han crecido y ya son hombres casi
adultos, y educados “de una manera diferente” con mayor equidad entre hombres y
mujeres ¿Servirá la siembra que han hecho? Uno de ellos incluso ya es universitario. Las hijas han
podido estudiar si quieren, y no han sido casadas a la fuerza.

¿Verdad que tu también amigo aspirante a hombre igualitario del siglo XXI estarías dispuesto a "asumir las reglas" y vivir en escenarios así, incluso aportando, sumando, con buenas prácticas, hacia una nueva masculinidad igualitaria en espacios mixtos?