El feminismo ha acuñado y colocado en el centro del discurso,
diversas categorías de análisis que estaban invisibilizadas y que actualmente son conceptos
cotidianos ,como por ejemplo, "la división sexual del trabajo", "la violencia de género", "la corresponsabilidad", "la feminización de la pobreza", "la gestión social del cuidado", o "el varón proveedor". El objetivo de este blog es
mostrar los estilos de masculinidad (igualitarios) y la implicación de los varones en la
Igualdad y el feminismo.
Es muy interesante intentar adelantarnos en los análisis a los conflictos nuevos a medida
que avanzamos en mayores niveles de Igualdad. Cuando abrimos la lupa para
conocer en detalle o profundidad los procesos, vemos que se ha avanzado mucho en términos generales, pero enseguida nos damos cuenta de que tal vez no es para tanto, según lo exigente
que uno sea o las expectativas que se hayan puesto.
Hay dos procesos clave. Uno es la conquista de las mujeres al
espacio público por medio del acceso al trabajo remunerado, en todas y cada una
de las profesiones. Es considerada por muchas la mayor revolución del siglo XX.
El otro proceso es lo que numerosas autoras llaman la huelga de la natalidad
que en cierta forma ha supuesto liberarse de la consigna identitaria patriarcal
de la maternidad obligatoria, con toda la
presión social que ello supone. No es el momento de analizarlo pero la corresponsabilidad integral de los hombres será un ingrediente necesario.
En ambos casos, son las mujeres los sujetos-políticos
de la acción y han supuesto un auténtico cambio en muchos aspectos. Los hombres hemos de estar
atentos e interesados, acompañar sin torpezas, y adaptarnos a modelos no
androcéntricos ni machistas, es decir, asumir escenarios justos e igualitarios.
También nos va la vida en ello. Las feministas radicales nos enseñaron que lo personal es político.
De manera muy sencilla, la división sexual del trabajo
(clásica y tradicional) consiste en separar a las personas según el sexo
biológico y repartirles roles y tareas diferentes. A los hombres les
adjudica la esfera pública y el poder, el empleo remunerado. De esta forma el
dinero se convierte automáticamente en indicador de la masculinidad. Es la
función productiva. Y según este esquema a las mujeres por su propia naturaleza les corresponde lo
privado o doméstico, como es parir, cuidar a los hijos, dar de comer, es decir, la
función reproductiva, y atender a las personas mayores o tener la casa limpia y
ordenada. Esto era así.
Ana de Miguel nos advierte que no es un asunto baladí, puesto
que está en juego tanto el modelo social como la sostenibilidad humana en
nuestras sociedades.

Como hemos dicho a menudo en este blog la muerte es paritaria, puesto que tarde o temprano nos llega a todas las personas. La necesidad de cuidado también lo es, pero ¿qué sucede con la implicación de los varones (por igual) a la educación y cuidados de los menores, de una manera integral y equitativa, o los cuidados a las personas mayores, dependientes por enfermedad o personas en situación de discapacidad (PeSD)? No vale ya con una simple ayuda, aspiramos a una corresponsabilidad total.
Antiguamente había una mano invisible en la economía que
resolvía gratuitamente la gestión social del cuidado. Era una mano femenina de
madres, mujeres solteras y abuelas o viudas.
Otro factor igualitario es el tiempo. Somos tiempo
inestable que no lo podemos estirar. Pero en el ejercicio del poder, también en las
relaciones de género, al apropiarnos del tiempo de los demás, podemos tener la sensación
de que nuestro tiempo se estira, pero tenemos que saber que eso es hacer trampas y muy injusto.
La revolución de las mujeres antes nombrada ha sido incompleta.
La división sexual del trabajo ha sido rota en lo público pero no en lo
privado. Nos falta la conquista de los hombres en lo emocional, lo sexual, lo
doméstico o lo privado.
Se establecieron las dobles jornadas únicamente para las
mujeres. Para Carole Pateman, el contrato social del ciudadano ilustrado,
liberal, androcéntrico, ocultó un contrato sexual implícito que dejó
subordinadas a las mujeres, y poco valorado lo que ellas hacían. Los Estados modernos
consagraron la separación de lo público y lo privado. Actualmente, estamos
pretendiendo el conciliar ambos aspectos con diferente éxito . Ese contrato sexual permitió la consolidación del Derecho Civil Patriarcal y
la legitimación de las desigualdades entre hombres y mujeres.
Quedó oculto un pactum subjectionis donde se estableció un
intercambio (¿libre?) de obediencia por protección entre mujeres y hombres. Ese
modelo de madre-esposa en el siglo XIX se convirtió en el ideal burgués de
familia que duró muchas décadas con sus altibajos. Nuño nos advierte de un dato
curioso: a mediados del siglo XIX (1877) la tasa de actividad femenina en
talleres, fábricas, etc alcanzó en España el 17,2%. Posteriormente, hubo una
retirada de las mujeres del ámbito público, gradual, hasta que en 1940 era menos de la mitad
(8,3%). Los años 40-50 del pasado siglo en EEUU, o el nacional-catolicismo del régimen franquista en España dibujaron claramente el modelo de sociedad que se buscaba. A partir de ahí, han ido creciendo dichas tasas hasta la actualidad, pero, ¡atención! Parece mentira
que al comienzo del siglo XXI, (solo hace un par de décadas), seguía la cifra cerca del 40%. Hoy es mucho mayor (54%), pero muy lejos de estar cerrada la brecha con los hombres.
Hoy todo está
cambiando, los roles de género, los modelos familiares, etc pero estamos a
mitad de camino. Algunos datos como la demanda voluntaria de jornadas a tiempo parcial, o sobre las personas
que explicitan no buscar empleo, siguen estando muy feminizados. Los casos de
violencia sexual y acosos, individual o en grupo, revelan que el espacio público
sigue siendo inseguro para las mujeres. Los hombres tenemos que comprenderlo en
estos términos y calibrarlo sin resistencias. Hemos de conocer los privilegios patriarcales que aún disfrutamos sin demostrar
consciencia de ellos.

Emilia Pardo Bazán, en 1892 en su libro la cuestión femenina en España, hace una crítica acerca de las desigualdades, donde nos dice que no puede llamarse en rigor, a la educación de la mujer, como una auténtica educación sino dogma, ya que con ella se asegura una obediencia, pasividad y sumisión de las mujeres.
Los hombres también tenemos mucho que decir y acompañar en estos procesos aunque no seamos los protagonistas. Conocemos en nuestro entorno, por ejemplo, a mujeres que aún se culpabilizan por
dejar a sus hijos e hijas en manos de terceras personas, como si fueran unas
malas madres. Con responsabilidad y eficacia de todas las partes desaparecerán las culpas y los
temores. Tenemos aún, en general, los hombres que ponernos las pilas individualmente, pero cuando se
instauren (políticamente) los permisos de paternidad y maternidad iguales e intransferibles (la
PPIINA), más pronto que tarde, demostraremos que también se puede aprender todo tipo de tareas y que somos capaces. Eso sí, no hay excusa, en los observatorios o estadísticas
de los usos del tiempo tendremos que confirmar las cifras y cerrar las brechas de
género.
Hace ya muchos años Mª Ángeles Durán, analizó las fronteras entre el trabajo y el empleo, y estudió el trabajo no remunerado en la economía global. Según ella la frontera entre el trabajo y el empleo no es una cuestión lingüística sino, sobre todo, una cuestión política. Nos explicó que el trabajo no remunerado también es trabajo.

Quedó lejos la división sexual del trabajo pura y rígida, pero quedan numerosas rémoras que dificultan los avances. Nuño nos expresa que "ya es un mito el hombre proveedor y la mujer mantenida". Pero hemos dicho que debemos adelantarnos a los nuevos conflictos, como por ejemplo, todas las especificidades que acontecen cuando es el varón el que está desempleado, es decir, la crisis del hombre proveedor. Hay divorcios actuales donde aún entran en escena estigmas como el de hombre mantenido. Resulta muy difícil encontrar hombres que en su conversación cotidiana digan que "se apañan sin problemas con el sueldo de su mujer", algo que sí ocurre al revés. En conclusión, arrastramos estereotipos viejos y a la vez hemos creado otros nuevos sin desarrollar el debate.
Hace ya muchos años Mª Ángeles Durán, analizó las fronteras entre el trabajo y el empleo, y estudió el trabajo no remunerado en la economía global. Según ella la frontera entre el trabajo y el empleo no es una cuestión lingüística sino, sobre todo, una cuestión política. Nos explicó que el trabajo no remunerado también es trabajo.

Quedó lejos la división sexual del trabajo pura y rígida, pero quedan numerosas rémoras que dificultan los avances. Nuño nos expresa que "ya es un mito el hombre proveedor y la mujer mantenida". Pero hemos dicho que debemos adelantarnos a los nuevos conflictos, como por ejemplo, todas las especificidades que acontecen cuando es el varón el que está desempleado, es decir, la crisis del hombre proveedor. Hay divorcios actuales donde aún entran en escena estigmas como el de hombre mantenido. Resulta muy difícil encontrar hombres que en su conversación cotidiana digan que "se apañan sin problemas con el sueldo de su mujer", algo que sí ocurre al revés. En conclusión, arrastramos estereotipos viejos y a la vez hemos creado otros nuevos sin desarrollar el debate.

A muchas mujeres les sucede esa depresión o decepción cuando tienen la noticia de que no pueden ser madres, y dicen sentirse incompletas.



El dato de “activos desanimados” en la búsqueda de empleo en
función de la edad es paritario entre los 16 y los 21 años. Lo intuimos u observamos. La brecha de los
activos desanimados en los menores de 30 años, es 44 hombres/56 mujeres ¡Caramba, ya se separa algo! Y en
las personas mayores de 55 años es de 20 hombres/80 mujeres, muy cercano a la
división sexual del trabajo tradicional ¡Curioso y lógico!
¿Se mantendrán igualitarias las cifras de los jóvenes a medida que crezcan, o los sesgos sobre la maternidad, la brecha salarial, las resistencias antes señaladas lo torcerán hacia las andadas? ¿Los cambios en la gente joven están para quedarse?
¿Se mantendrán igualitarias las cifras de los jóvenes a medida que crezcan, o los sesgos sobre la maternidad, la brecha salarial, las resistencias antes señaladas lo torcerán hacia las andadas? ¿Los cambios en la gente joven están para quedarse?

¿Eres hombre y sientes una especial vergüenza por no ingresar "suficiente"? ¿Te sientes amenazado por el éxito o triunfo de tu pareja, te sientes inferior o no valorado? ¡Piénsalo! ¿Te avergüenza o deprime tenerte que hacer cargo de las tareas domésticas o de cuidados cuando pierdes el empleo? ¿Piensas en esas tareas cuando sí lo tienes?

Las mujeres muchas veces también han sido socializadas en el machismo y la división sexual del trabajo, por lo que si eres mujer, ¿te has avergonzado, o has sentido vergüenza porque tu pareja-hombre no sea "el hombre proveedor" que esperabas? ¿Piensas que tu pareja no "le echa huevos" para enfrentarse con su jefe, o no es suficientemente proactivo?

El enfoque de la Igualdad de género sigue priorizando la igualación de las mujeres en el ámbito público, pero el éxito real solo vendrá si igualamos a los hombres en el invisible trabajo doméstico. Hemos de revisarlo todo.
Los pocos hombres que eligen trabajos a tiempo parcial para dedicarlo a los cuidados, o aquellos pocos que piden excedencias, o se dedican al cuidado de mayores o dependientes, esos muy pocos hombres que hoy existen, son castigados como lo fueron siempre las mujeres.
No es algo atractivo para ellos. Mientras no se abran de verdad los debates, los hombres ni siquiera se van a interesar en leer este blog. Y llegamos muy tarde. Tal vez hagan falta medidas de acción positiva que fomenten la incorporación de los hombres a la gestión del cuidado.
Mientras se siga pensando que la conciliación es un asunto de las mujeres, lo seguirá siendo. Sigue existiendo la rémora de que todos estos problemas u obstáculos es el resultado del "capricho" de haber querido las mujeres tener empleo (todo entre comillas).
Cuando los cuidados se externalizan, recae en manos de otras mujeres (a menudo migrantes). Otro gran futuro problema ocurrirá cuando las siguientes generaciones de mujeres trabajadoras se vayan jubilando, porque muy seguramente no estarán dispuestas, ¡con razón!, a ejercer a tiempo completo de abuelas cuidadoras, sobre todo porque gozarán de una movilidad y una actitud vital máxima, mucha salud y ganas de vivir. No podremos pedirles sacrificios como a las generaciones anteriores. Los hombres tenemos que espabilar.
La sociedad se está envejeciendo, y en unos pocos años las demandas de cuidados van a multiplicarse exponencialmente. La huelga de cuidados del 8 de marzo de los últimos dos años nos anuncia que es un asunto clave. Está en juego "lo que queda" del Estado del Bienestar. Ante la demanda que viene, si queremos mantener la cohesión social hemos de implicarnos los hombres completamente ¿Ha quedado suficientemente claro?
Cuando las parejas tienen hijos o hijas con discapacidad o enfermedades crónicas todo se complica y las desigualdades de género aparecen o se remarcan.
La flexibilidad de horarios, la regulación del teletrabajo, la no transferibilidad de los permisos, las redes familiares informales (que no sean solo de mujeres), los sistemas de pensiones, los planes de Igualdad, los convenios colectivos, o la acción sindical, todos, han de implementar una aunténtica perspectiva de género y masculinidades.