En la primera parte intentamos aportar un enfoque diferente a la Navidad. Resaltamos aspectos
de la tradición, costumbres, las múltiples identidades y los
“sentidos de pertenencia”.
Resaltamos rituales religiosos con perspectiva de género y un enfoque de masculinidades.
Hablamos de las diversas
emociones negativas, nostalgias y soledades, o la imposición de tener que reír por
decreto.
Criticamos la navidad como producto de consumo. Vimos que una época basada en la
opulencia y el sueño por la lotería, podría haberse convertido en una buena oportunidad para la erradicación mundial de la
pobreza, tema que junto con las migraciones, es urgente también incorporarle
perspectiva de género.
Pues bien, hoy continúo con una Antropología
de la alimentación y las relaciones
personales en torno a estas fechas navideñas.
Me parece muy oportuno refrescar
aquí la definición clásica de “cultura”, de Edward
Burnett Tylor, según la cual la cultura está constituida por todo el “conocimiento, las creencias, el arte, la
moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades
adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad". Hoy por hoy, para
que quede muy claro, añadimos y explicitamos
a mujeres y hombres con sus especificidades, diversidades y desigualdades. La
alimentación, la música, el ocio individual o de grupo,
y los regalos también están incluidos en esta definición.
A nadie se le escapa que la
comida, además de satisfacer las necesidades biológicas del cuerpo, satisface
necesidades sociales. Lo estrictamente biológico de la comida, necesario para
la supervivencia, se convierte en un hecho radicalmente cultural, cargado de sentidos sociales y culturales. Por
tanto, tenemos una triple finalidad: salud, placer, y la integración social.
La comida es uno de los
marcadores de identidad más claros. Se dice vulgarmente que “somos lo que
comemos”. Comidas de diario y comidas “especiales”, son un lenguaje que traduce
inconscientemente muchos elementos de la estructura social. Los cuerpos (y a partir de ellos las
personas) se definen en función de lo que cualitativa y cuantitativamente comen
y de lo que desechan.
¿Qué compramos para las cenas y
comidas de estas fechas? ¿Somos conscientes si son productos traídos del otro
confín del mundo, con el consiguiente derroche energético, o son fruto de la
explotación?
¿Compramos ese marisco como marcadores
de clase para "darle en los morros" a ese “cuñado” que nos cae mal o
hermana a la que tenemos envidia? No olvidemos que esta época navideña es uno de los momentos fuertes
del año donde las “limitaciones económicas” nos explotan en la cara.
Podríamos hablar de “gastro-política” y género , donde nos fijamos en las estructuras formales de la comida, la posición social, y el poder relativo entre las personas que comen juntas. Reajusta el status quo, o las jerarquías entre miembros de la familia extensa, de varias generaciones.
El conocimiento culinario puede ser también un arma que se
pone en juego para hacerse valer en la negociación dentro de la casa, en las
relaciones de género y en la familia extensa. Puede ser otro elemento de
prestigio social, o de establecimiento de jerarquías. Programas como el “master
chef” de la tv pueden hacernos reflexionar sobre el cambio social en este tipo de asuntos.
La comida en sí es mágica, tiene
mucha eficacia simbólica. Según la antropóloga Audrey Richards, el alimento es
la fuente de las emociones más intensas, y proporciona la base de alguna de las
nociones más abstractas y de las metáforas más importantes del pensamiento
religioso. Los rituales de la comida en la mayoría de las culturas desde la
antigüedad están cargadas de espiritualidad.
Un reflejo de la estructura
familiar habitual, si te fijas bien, se aprecia cuando hay subordinación femenina en
los roles, tareas donde la carga de trabajo de las comidas navideñas es soportado
mayoritariamente por las mujeres de la familia.
Y por el otro lado, está también
el “poder de usar el cucharón” en las
familias ¿La sabiduría culinaria entre mujeres las empodera? ¿o simplemente esencializa estereotipos? ¿Los hombres nos hemos
incorporado a ser líderes o meros pinches en las comidas sociales? ¿Con qué intención?
Parece que las
generaciones más jóvenes aún no han encontrado su posición, ni su estilo. Ahora
no cocinan ni ellas, ni ellos, en estas fechas.
Se incorporan al alcohol y bailes posteriores.
La fiesta del 1 de noviembre de
todos los Santos, por ejemplo, que tiene su equivalente en otras fechas en
diferentes culturas, tenía el valor
simbólico beneficioso de mirarle a los ojos a la muerte. Podía ser una
oportunidad incómoda de aumentar la consciencia, y de recordar a quien ya no
vive. Sin embargo la deriva cultural (hegemónica) del “hallowen”, con sus huesitos de dulce y calabazas, ha reconducido la fiesta hacia
“otros carnavales" consumistas e irreflexivos ¿Os parece casualidad? ¿No es otra victoria del frívolo consumismo
globalizador? Está muy relacionado con lo que ocurre en Navidad.
La significación social del acto
de beber, comer y compartir costumbres y tradiciones, se transforma finalmente
en vínculo, en nueva o re-novada relación.
El periodo navideño es una buena oportunidad para revisar
nuestras dietas. Reflexionar sobre la salud, o por qué le ha aparecido diabetes
al hermano de tu madre.
Sirve para empatizar con las personas próximas y conectar con nuevas comidas que nos traen
familias transnacionales que viven entre nosotros. Son espejos donde mirarnos.
¿Soy generoso? ¿Cuál es mi
actitud de regalar comida, o de compartir espacio en mi mesa? ¿Lo reduzco
a familia y amigos o amigas íntimos? ¿Suelo
comer alguna vez con compañeras o compañeros de trabajo, (en otras épocas) y
por qué?
Y saltando a otro tema
aparentemente distinto, según Margaret Visser, la comida es un ritual en el que
se despiertan deseos sexuales ¿Habías pensado alguna vez la relación que tiene
todo esto de la alimentación, con la generosidad, la disposición o la actitud
personal, y con las relaciones sexuales?
En estas fiestas es muy dado a
dedicarle tiempo y mucha más
dedicación de la normal en la preparación de los platos. Solemos decir con frecuencia
que lo hacemos con más cariño y mimo.
¿No será una proyección de la manera en
la que queremos tratar y que nos traten?
Es absolutamente necesario aquí que
reflexionemos de nuevo en la brecha de
dedicación que existe entre hombres y mujeres, en la elaboración de los platos
navideños, y la relación que podría tener con la dedicación en las relaciones
afectivas y sexuales.
Es muy interesante analizar las
parejas de las nuevas generaciones y
saber cómo están aprendiendo a cocinarse mutuamente (o no). En clave de
competencias afectivas y autonomía personal, en igualdad.
Un tema aparte son los estudios
culturales sobre el consumo del alcohol. La bebida es un potenciador de las
relaciones sociales, como bien se sabe. Me
preocupa especialmente en este blog la relación entre alcohol y modelos de
masculinidad, tanto los alardes de hombría con sus excesos, como las
“posteriores violaciones o abusos sexuales a mujeres en manada", de las fiestas
`populares.
Tenemos una relación afectiva con
la comida en sociedad. Alternamos los excesos de las grandes
comilonas, o la cultura de la borrachera y lo aceptamos por convencionalismos sociales. Y por otra parte, también es lamentable quienes interpretan estos días
como únicos días de excesos permitidos en el año, en contraposición a las
dietas salvajes y gimnasios impuestos
por los cánones de belleza de cuerpos ajenos, el resto del año.
Termino pensando en una familia
amiga que tiene una hija con anorexia nerviosa y esta es la primera Navidad en
la que la comida toma una nueva
interpretación, mucho más profunda.
O
esa otra, donde la abuela falleció hace seis meses y era la encargada de
realizar las comidas para quince personas. Este año han hecho el duelo
reorganizándose entre hermanas y hermanos para "suplirla".
Cocinar en grupo y comer en grupo
sirve para pensar. Es el mejor escenario para la reflexión, la escucha activa y
el diálogo sincero. Es el mejor caldo de cultivo para ciertas "confesiones", y para
suavizar conflictos, para hacer política con mayúsculas, o para celebrar la
Navidad como cada cual quiera (o no).