¡Mi marido se cree que sabe de todo!
Una amiga de mucha confianza me espetó
un día una queja sobre su marido. Literalmente me dijo:
-
¡Este capullo se piensa que sabe de todo!
-
Y es verdad- le respondí yo con risa burlona,
para desdramatizar un poco y jugar con las ideas y los argumentos.
-
¡Todo el
mundo sabe de todo! – le insistí de nuevo- Eso le ocurre a tu marido y también te
ocurre a ti.
Como ya me conoce, le seguí explicando ¡Es imposible NO saber de todo! ¡No
se puede NO saber de todo! TODO EL MUNDO SABE DE TODO. Cuando decimos que de
algo no sabemos nada es mentira, eso no puede ser. Es una manera de hablar. En
algún punto tenemos que hacer el corte y llamarle NADA. Aunque creamos que de algo no sabemos nada, seguro que hay
alguien que sabe de eso menos.
Mi amiga probablemente lo que quería decir es que NO se puede saber todo. Nadie lo sabe todo, y por tanto, es
imposible que le ocurra a su marido.
¡Claro! Pero no es eso lo que se pretende. No creo que nadie lo pretenda,
ni nadie que se lo crea.
Ni siquiera es posible que alguien lo
sepa TODO de algo, aunque fuera su especialidad o un magnífico "experto".
En ningún campo hay alguien que lo sabe todo,
únicamente es posible ser la persona que más sabe de un campo concreto.
PERO NO ESTÁBAMOS HABLANDO DE ESO ¡Seguro que esa carga emocional tiene otra explicación!
Podemos adoptar dos estrategias en las relaciones:
1)
Aprender sin
competir. Podemos humildemente saber cada vez más y colaborar. Cuando nos
relacionamos en igualdad, respetando a la otra persona, resulta más fácil
encontrar consensos, sinergias, ayudas. Nos tenemos conocidos y sabemos las
cualidades e ignorancias o lagunas de la
otra persona.
2)
Podemos
competir sin aprender. A veces competimos midiéndonos en un espejo como si fuera un
marco establecido previamente de lo que es “normal
saber”. Si tememos o creemos, consciente o inconscientemente que estamos
por debajo de esa “normalidad”
construimos defensas o disimulos para defendernos, o bien nos encargamos de re-elaborar
un marco que nos favorezca y nos sitúe en una posición ventajosa. Los hombres
hemos aprendido, estamos socializados para hacer precisamente eso.
Y otras veces competimos entre nosotros, quizá sin parar,
constantemente y también con las mujeres.
-
¿Qué es lo que te molesta de tu marido? - volví
a preguntarle a mi amiga.
-
Me molesta que siempre quiere quedar por encima –
respondió.
En la historia del conocimiento, los hombres han ocupado un lugar privilegiado. Han sido los expertos, y han poseído la autoridad y el reconocimiento de la sabiduría. Es la "casta de los sabios y los sacerdotes" que ha durado en cierta manera hasta nuestros días.
Mucho hemos hablado en este blog del acceso de las mujeres a la educación y al conocimiento.
Siempre me gusta recordar las obras de Poulain de la Barre, del siglo XVII ("De la igualdad de los sexos", "la educación de las damas"), donde ya se decía de unas mujeres de ingenio, autorizadas para ello, que ya aspiraban a ser mujeres sabias, llamadas "las Preciosas".
El discurso de la primera ola del feminismo ilustrado ya debatía sobre el saber de las mujeres. Hemos avanzado mucho. Ahora queda seguir porque queda muchísimo...
Y mucho hemos hablado también del hecho de que las mujeres han de estar permanentemente justificando su presencia en los circuitos del saber. Se ha avanzado mucho en la Universidad, en la investigación, al menos en las etapas inferiores. Quedan muchos techos de cristal que diluir. Pero hoy no es ese el tema.
La idea principal que me preocupa es el trabajo pendiente que tenemos que hacer los hombres para NO desperdiciar la energía en competir en la vida cotidiana sobre cuestiones de autoridad y conocimiento.
Queda mucho trabajo pendiente, queda mucho que aprender...
No olvides participar de la Rueda de Hombres del 21 de Octubre. |
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