¿QUIÉN SOY?




Este es el blog de MANUEL BUENDÍA BERCEDO. Pretendo mostrar una propuesta profesional y particular acerca de la Igualdad de Género y las Masculinidades. Veremos algunas respuestas a la pregunta anterior pero sobre todo, haremos muchas más preguntas para invitar o implicar a otros hombres en la Igualdad.



martes, 16 de julio de 2013

El virus de la empatía le cambió la vida



Ha vuelto a pasar. Podemos decir que en mi caso, aunque parezca algo muy raro o paradójico, el virus de la empatía me ha destrozado la vida. (Empatía) Ahora que me miro al espejo, resulta evidente que me está ocurriendo otro brote. Todavía no me he repuesto del anterior, ocurrido hace poco menos de tres meses.¡ Mierda! Cada vez son más frecuentes, y de mayor intensidad, el efecto tarda mucho más tiempo en pasarse. Es posible que no estéis entendiendo nada, debo contarlo y empezar por el principio. Necesita todo esto una explicación, aunque ni yo mismo lo entienda.

Mi nombre es Adrián. Soy un hombre normal. O al menos eso creía antes del año 2000. Un tipo vulgar, del montón.  Ahora no lo soy, no cabe duda y nadie me ha dado una razonable explicación. Por aquel entonces vivía en Barcelona, cerca del barrio de Sarriá. Tenía un trabajo normal, en una calle normal. Cada mañana me dirigía a la oficina por rutina. El empleo no era gran cosa. Trabajaba como comercial en una empresa de repuestos para impresoras, cartuchos de tinta, y demás piezas. Sin ir demasiado lejos me eché novia formal buscándola en los mismos 55 metros cuadrados de todos los días. Ella se llama Elvira, trabajaba como administrativa y estuvimos muy enamorados.

Elisa  pertenecía a una ONG de cooperación y ayuda al Desarrollo muy conocida. Los valores solidarios y la ecología política siempre le dieron sentido a su vida. Colaboraba su asociación, por aquel entonces, con Médicos sin fronteras (msf), que a su vez tenían proyectos muy avanzados como contraparte, en Perú y en la República Democrática del Congo, sobre los que tenía mucho interés. 
Por tanto, se puede decir que me hice solidario por amor, como si pudiera ser por otro motivo, o quizá era por interés, en realidad no lo sé, supongo que me estoy explicando.

Todo parecía muy bonito. Vivíamos en una nube. Entre polvo y polvo, intercalábamos reuniones de la asociación, con sesiones de cine en versión original, bailes multiculturales, e interminables charlas en la oficina programando los viajes que nos daríamos por todo el mundo.

Ella estaba separada, su matrimonio le duró muy poco, tan sólo 5 años, pero ni yo le pregunté nunca sobre su vida anterior ni ella tuvo la necesidad de decirme nada. 
Por mi parte, se supone que tenía novia, nada serio, de la cual  me deshice en seguida, tan pronto vi que toda mi atención se centraba en Elisa. No saquéis más conclusiones por favor, siempre he sido un buen tipo, quizá algo superficial, pero de buen corazón.

Al verano siguiente ya fuimos capaces de ahorrar el dinero suficiente, con una parte subvencionada, para enrolarnos como cooperantes en el proyecto Tanganyika, cerca de uno de los grandes lagos. No es el momento explicar nuestra fascinación por este gran país. Es un escándalo ecológico saber de sus riquezas mineras, o de ser el granero de África por su gran potencial agrícola  y sin embargo es uno de los países más pobres de la tierra. (El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo-PNUD lo coloca en el puesto 187). Nuestro trabajo consistía en dar apoyo a unas maestras del colegio y a un puesto de atención sanitaria en una aldea. Mi tarea consistía en ordenar el dispensario de medicinas, pequeños objetos , ropa y gafas de sol que había que arreglar de segunda mano o mejor dicho de segundos ojos . Siento un poco de verguenza al decirlo pero hasta ese momento, no había caido en la cuenta en toda mi vida que las compresas u otros accesorios de la higiene femenina, podían ser interpretados como de primera necesidad.


A las dos semanas empecé a encontrarme mal. Comenzó a dolerme mucho la cabeza. En realidad, lo primero que me ocurrió fue una disfunción erectil, pero no le di más importancia. Le siguieron nauseas, vómitos, fuertes dolores musculares... y tras los escalofríos me apareció una fiebre intensa que ya no se me quitó en todo el rato. El diagnóstico parecía evidente, un tipo de paludismo . Al final me explicaron que mi caso, aunque pareciera un poco fantasioso, difícil de creer, podía ser una modalidad muy rara relacionada con la empatía hacia las mujeres. La enfermedad era producida por un parásito, el plasmodium empátheia, que se había transmitido a los hombres, directamente de los gorilas machos, de macho a macho. El vector de transmisión era un mosquito de la familia de los Anopheles. En todas las variantes los machos no pican. Se alimentan de néctares y jugos. Y son las hembras de mosquito las que se alimentan de sangre para madurar sus huevos. Hasta aquí es conocido y lógico. Pero en el caso del Anopheles generae empátheia, la particularidad es que los mosquitos hembra únicamente pican a varones. Y el enfermo, cuando se inmuniza, se queda con unas secuelas que consisten en revivir sentimientos de empatía hacia diversas  desigualdades de género. Resulta dificil de creer pero eso es lo que pasó. El caso es que tuve unas fiebres muy altas, durante muchos días, de tal manera que llegué a pensar que era el final. Estaba  tan delicado, que no era muy sensato en esos momentos una evacuación y su particular viaje en avión de vuelta a España.

Mis constantes vitales, dentro de la gravedad y tomando las medicinas oportunas, fueron poco a poco mejorando. Elisa se quedó allí. Era feliz, hacía falta, y es lógico que después de tanto tiempo ansiando con aquello, estaba claro que era ese su destino definitivo.

Mi solidaridad se acabó allí. Volví a Torrelavega, a casa de mis padres. A pesar de buenos alimentos y una vida tranquila, mi recuperación tardó en volver. Durante mucho tiempo no pude trabajar. Eso es lo que me pasó y ya os lo he contado.


A partir de aquel viaje mi vida cambió por completo. Cada cierto tiempo me ocurrían sucesos como el que ahora relato, cada vez más frecuentes y de mayor intensidad.
Me levanto por la mañana y a pesar de seguir teniendo un nivel de consciencia suficiente para saber quién soy, sin embargo al mirarme al espejo veo otra persona. En cada brote una persona distinta, con un aspecto diferente, siempre mujeres, y con una problemática diferente.

¡Mierda! Ha vuelto a pasar, me repito una y mil veces. Miro al espejo y veo en este caso a una mujer, más joven que yo, de unos 28 años. Me siento una mujer cansada, muy triste, con la autoestima por los suelos.


Cuando me miro a los ojos, veo en uno de ellos, un enorme moratón que parecía un maquillaje de mal gusto. Estoy confuso. Durante los siguientes diez minutos, el Adrián que anoche se había acostado con un par de copas de más, como si fuera una extraña resaca, poco a poco me voy dando cuenta que tengo el ojo hinchado por un puñetazo. ¿Qué me ha pasado? Empiezo a recordar que me habían dado un golpe con el puño. Recuerdo una discusión con un hombre que se había vuelto violento. A pesar de no tener ni idea quién era esa mujer, tenía la sensación de que había ocurrido muchas más veces.

No entendía por qué me sentía avergonzado, ¿o era avergonzada?, por lo que había sucedido. ¿Iría a la policía? ¿Tendría que ir a urgencias? Pero, ¿y qué digo?, que me llamo Adrián, que tuvo un paludismo de la empatía en el congo, pero siendo una mujer a la que ni siquiera sé cómo se llama, le han hinchado un ojo, el que se supone que es mi marido? Eso es ridículo, no puede ser, y nadie me va a creer, pensarán que me he vuelto loca…

¿Tendré yo la culpa? Seguramente me ha ocurrido por no haber sabido controlar la situación. Tal vez eso ha ocurrido a menudo, y con el tiempo tenía que haber aprendido maneras de evitarlo. ¿Pero por qué estoy pensando esto? Eso es ridículo, nadie es culpable, ni lo puede ser, de que  lo maltraten. La naúsea era insoportable. Decenas de casos había escuchado en la televisión sobre noticias de mujeres muertas, y había cambiado de canal, había mirado para otro lado, o lo que es más terrible, me había instalado en la repulsa automática políticamente correcta, sin haber tenido el más mínimo ápice de empatía, o emoción auténtica. ¿Pero qué había hecho yo siendo un hombre? ¿Pero es que no lo soy?


Fui a la cama y allí había ropa de mujer. Me desnudé a todo correr y el espejo me regalaba sin ninguna duda el cuerpo magullado y desnudo de la misma mujer. Se apreciaban numerosos golpes en otras zonas. Algunas lesiones parecían antiguas. ¡Tengo que pedir ayuda, pero no sé a quién!
El miedo y el horror me dejó paralizada. Durante dos o tres días me informé, indagué en internet, fui a la policía ( sin entrar), revisé papeles, cajones, armarios... Tras meditarlo mucho decidí esperar a que todo pasara. Lo tenía muy claro, la persona que me había hecho todo eso era un hombre con el que habia sido feliz. Si me esforzaba podría volver a pasar el volver la armonía. Además, toda la casa estaba llena de fotos familiares, había menores. Estaba la mujer que ahora veía en el espejo, junto a un hombre, de aspecto normal, un tipo vulgar, del montón. Y con una sonrisa que me producía un sollozo incontrolable y una terrible dependencia emocional, se le parecía, pero era muy diferente a lo que había sentido por Elisa. A media mañana del cuarto día, estaba tan cansada que poco a poco me fui quedando dormida, con la esperanza de que todo hubiera sido una pesadilla, con la esperanza de volver a ser el Adrián de siempre. Mucho me temo que el virus, parásito o bacteria de la empatía, lo que demonios fuera habían cambiado mi vida para siempre.
( Adrián es el personaje nº3, miembro de un grupo de hombres).

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